miércoles, 17 de octubre de 2007

El Ocaso


Y se fue caminando despacio, como quien espera que griten su nombre para voltear la cabeza. Quizás lo hubiese hecho hace algún tiempo atrás, pero al ver como se alejaba y se llevaba con el todo el amor que le di, supe que era en vano llamarlo, ya que se había robado hasta de mi boca su nombre. Esta vez no me fui dando un portazo, le pedí a el que ya no regrese. No sentí dolor, mis ojos se quedaron mirando por la ventana como pasaba en color sepia la historia de los dos. Tampoco pude llorar, ya que se había llevado también mi llanto. Me sentí en calma y algo cómoda; me serví una copa de vino y junto a la chimenea comencé a mirar fotos viejas. Lo había esperado durante tantos años, que ya no se merecía un solo día más de mi vida. Y en vez de quitarle mi amor, se lo di entero en su memoria para que jamás olvide la mirada temerosa que veía en mí cada vez que le pedía que no me deje. Quedaron algunas cosas suyas en la casa, que ya no logran partirme el pecho en dos, si las miro. Se que hay cierto espacio que no se volverá a llenar. No se si alguien lograra agitar mis sentidos como lo hacia el. Solo se que he perdido el arte que aun mucha gente no ha encontrado. Hoy mi cuerpo pesa veintiún gramos menos. Hoy he dejado de amarlo.

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