jueves, 1 de julio de 2010

Cena Para Dos

Preparé la cena y esperé a que él llegue.
Era miércoles, y los miércoles siempre venía.
Dejé sobre la mesa un vino tinto a medio abrir y encendí cuatro velas blancas que daban una luz suave al mantel celeste.
Escuché las llaves en la puerta, entró con su sonrisa inmensa, caminó hasta mí, me rodeó la cintura con sus manos enormes y beso mis labios con esa suavidad que me gusta y me conmueve.
Dejó su saco sobre el diván negro del living y arremangó las mangas de su camisa mientras entraba a la cocina. “Qué bien huele” susurró sobre mi cuello rodeándome con un brazo.
Mi piel sintió su boca y dejé caer mis manos al costado de mi cuerpo.
Soltó mi pelo, marcó con un dedo el contorno de mi cintura y tomó mis manos para ponerlas sobre el mármol frío de la mesada.
Lo sentía detrás de mí, con su aliento agitado en mi nuca. Comenzó despacio a subirme la falda y yo cada vez menos escuchaba el hervor de la olla donde se cocinaba la salsa. Con un movimiento brusco me giró y me subió a la mesada, con mis piernas rodeé su cuerpo y con sus dientes me desprendía cada botón de la blusa. Despeinaba su cabello con furia y arañaba su espalda sintiendo su pecho tibio sobre el mío. Tomó entre sus dedos la crema que yo había preparado para el postre y la pasó por mis labios para que luego se la lleve su lengua.
Yo quise más, entonces pasé la crema por mis pechos y mientras lo cuento siento el calor y la humedad de su boca sobre ellos.
Arranqué el cinto de sus jeans y los bajé hasta sus rodillas con la punta de mis zapatos.
Ya sus manos no alcanzaban para tocarme, y mi boca comenzó a pedirle más y más y cada vez más.
Y lo siento adentro mío y nos miramos infinitamente y sonreímos y me besa y lo abrazo.
No hay eternidad que se parezca al efímero instante en que me mira y da su último suspiro. Lomo con salsa de champignon y frutillas sin crema para el postre.
Recuerdo que aquella noche me dijo que no había probado nada igual.