Sin aviso previo y sin tocar la puerta, aparecen esos
aromas que me llevan a recordar dolores hermosos, lágrimas felices y abandonos
dulces.
Sin decir nada, vuelvo a sentir esa espera alegre y
melancólica.
Dejar caer mi cintura en tus manos fue la experiencia kamikaze
más extrema y vertiginosa a la que me enfrenté. Y me enfrenté fuerte y segura, conociendo
el final siempre y sintiéndome totalmente desahuciada.
Pero te seguía esperando siempre, aunque en cada regreso,
volvías a irte.
Sin aviso previo y sin pedir permiso, volves a hundirte en
mi perfume mostrando esa locura que me hacía pensar que esos minutos valían la
pena.
Sin miedo a nada, vuelvo a ponerme linda por si te encuentro,
enjuago mi boca de otros sabores y cierro los ojos por si pensas besarme.
Mi cuello se estira esperando tus labios y vuelvo a rezar
para que no te vayas, aunque mi espalda se va acomodando al frío del vacío que vas
a dejar en la cama, una vez más.
Me miro en el espejo repitiendo cien veces “no debo”
mientras borro tu nombre escrito con rojo, el mismo rojo que te gustaba para mi
boca.
Sin que nadie lo sepa vuelvo a tener el circo de
sensaciones que me daba tu cercanía y tu mano acariciando mi pelo cuando me
quedaba dormida en tu pecho.
Sin aviso previo y sin pedir permiso, volves a irte, como
te fuiste siempre y tal vez esa era tu magia. Te ibas dejando jazmines para que
todos sepan que estuviste.
Sin avisarte y en silencio, la que se va ahora soy yo, imaginando
que vas a salir a buscarme apenas comience a llover.
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